Galería Evelyn Botella. Madrid, Noviembre de 2009
Ikella Alonso, navegación de cabotaje.
Juan Pablo Wert
Texto catálogo Llueve tiempo. Páginas 4 y 5. Noviembre de 2009
No me puedo sustraer al asombro – pese a tener conciencia de que esto ya se ha tratado hasta el hastío - cada vez que tengo noticia de que alguien emprende la procelosa ruta de la pintura. Y no digo senda ni camino, digo ruta, porque en la aventura de pintar, ya desde hace bastante tiempo, no es posible encontrar pasos que seguir y si se encontraran no serían los suficientes para hacer senda. Porque, efectivamente, la práctica de la pintura siempre ha tenido algo de navegación, de deslizamiento en un medio fluyente, alternativamente calmo o embravecido, ominoso y relajante a la vez. Puede ser que la Historia cerrara sus puertas a la pintura pero un extraño numen ha mantenido su práctica y se sigue pintando, sea en un estadio zombie, y, por tanto, sin las prerrogativas y derechos que la asistían en vida o, como aventuraba ya hace treinta años Ángel González, quizá se trate de un problema del espectador, efecto de una insana adicción mal curada a la pintura, de un síndrome de abstinencia que le provoca estas “visiones hipnagógicas”. Inabarcable a la vista, infinita, la pintura es hoy un medio sin fin, es decir, sin historia, cuyo único consuelo es seguir contando (o urdiendo) historias.
Ciertamente, la pintura no es que haya pasado a la clandestinidad pero sí que se ha emboscado entre otras prácticas como un medio más, destinado a servir a fines supuestamente más elevados o simplemente más actualizados y solo desde la extravagancia puede aspirar a su reconocimiento o pertinencia en el sistema.
Muchos de los que lean esto saben que Ikella Alonso es un navegante solitario pero no autodidacta, que en sus inicios fue asiduo de aquella mítica escuela de mareantes que fue La Nave, que, junto a otros condiscípulos fervientes de las artes de la mar, utilizó las cartas del almirante Quejido. Él les enseñó la ruta y ahora Ikella la sigue surcando sin alejarse demasiado de la costa, sin perderla de vista, reconociendo los mismos paisajes, fondeando en las mismas calas, avituallándose de los mismos productos, pero sintiéndolos de manera diferente. Ahora ya no ve el calor tropical de aquellas singladuras fascinantes, siente su efecto. Ahora, lo que aparece en sus cuadros no son las cosas, sino la sensación de que las cosas se han ido derritiendo y pierden su corporeidad, se derraman, chorrean. A lo mejor no son las cosas sino que lo que se ha calentado es su vista a fuerza de no perder nada de vista y sus párpados ya no pueden contener el sudor o sus ojos se empapan en humor acuoso para contrarrestar la luz abrasadora del trópico. Sudor o lágrimas, el caso es que la mano sigue el líquido fluir de sus ojos o de su piel: ojo como prolongación de la piel que más que ver, siente. La imagen resultante es una imagen interferida, como la de las viejas interferencias televisivas, de la visión próxima del plotter o de la bordadora mecánica. Si vemos esas similitudes es porque sospechamos que más que inspirarse en los azarosos hallazgos estéticos que han producido las máquinas, Ikella utiliza estos patrones como medios o, más bien, estímulos de la visión. Visión - que no vista - porque la experiencia pictórica es para el pintor, cuando es verdadera pintura, el resto de una vivencia alucinada y para el espectador, vehículo que nos transporta siempre más allá.
No hace falta seguir conjeturando sobre su personal alquimia, pues, al fin y al cabo, la pintura – y esta es la novedad – malamente puede sorprender hoy visualmente cuando las más altas tecnologías están al servicio de otros fines. Nos interesan, más bien, las historias que cuentan los cuadros que pinta. Porque la suya es pintura de pintura, es decir, cuadros que figuran o evocan la pintura que tiñe el mundo, desde los cuadros de los museos y galerías hasta las telas listadas de los toldos o los papeles pintados o las sombras de las persianas sobre las paredes. Así, no importa que sea cierto eso de que “tutto é gia dipinto” porque la pintura de Ikella parte precisamente de tal premisa, que no hay nada nuevo bajo el sol, que lo importante es navigare, por más que su navegación sea de cabotaje.
Crítica ABC Cultural. 9 de Junio de 2012.
“Ha de Suceder”
Javier Rubio Nomblot
Pintor puro, proveniente de las salas míticas El Almazén de La Nave, Tripas Corazón, la Galería Multiplicidad, con premios en el intachable Salón de Otoño de Plasencia, en Generación´03, en Valdepeñas... Ikella Alonso (Madrid, 1971), ya mostró en su primera individual en Evelyn Botella –Llueve tiempo, 2009- que pintar hoy es sólo dos cosas: creer que sucede algo importante en la soledad del taller –“Es la soledad un fenómeno que atañe a la pintura. Se urde en solitario, partiendo de un vacío. Y te dispones a dar un salto. Un salto de altura, en caída libre”-, y ser consciente del peso de ese monstruo, la Pintura, hacedora del mundo durante milenios, creadora de paisajes, reyes y dioses, de cánones de belleza, de economías y sociedades.
"Soledad de altura"
Galería Evelyn Botella. Madrid Mayo de 2012.
Llueve tiempo significó consolidación e imposición de un lenguaje; un realismo conectado con la imagen (foto)gráfica que surgía mágicamente del chorreo aleatorio de la pintura sobre el lienzo. Una estructura-textura de franjas finas –una lluvia- que al tiempo deshace nuestro mundo y lo hace surgir de los restos del lenguaje pictórico.
Soledad de altura es una deliciosa exposición en la que los maestros de la pintura, de Leonardo a Pollock, son evocados en la geometría y el color de los paisajes de su infancia, captados desde el satélite. ¿Verdad o ilusión? Estas vistas aéreas –la foto de nuevo- coinciden tan exactamente con los tonos y las composiciones que los caracterizaron que de nuevo nos reta lo inexplicable.
Ikella Alonso, los paisajes de una vida
Carmen
(Flores del desierto)
Atuana, en las Islas Marquesas, donde vivió Gauguin. Óleo de Ikella Alonso.
Ikella Alonso es el nombre artístico de un pintor madrileño, Mariano Alonso Alonso, que he descubierto hace unos días. En la Galería Evelyn Botella, en Madrid, en la calle Mejía Lequerica 12, 1º dcha., tiene una exposición desde el 10 de mayo hasta primeros de junio titulada “Soledad de altura”.
East Bergholt (Inglaterra) cuna de John Constable. Óleo de Ikella Alonso.
Un proyecto que me ha gustado por lo que tiene de conceptual y de poético. Es una serie de pinturas de mediano formato, todas creadas como un trabajo común, que representan paisajes a vista de pájaro. Cada uno de estos paisajes representa una zona concreta, que se corresponde con la vista aérea de la tierra natal de diferentes pintores.
Delft (Holanda). Aquí nació Vermeer. Óleo de Ikella Alonso.
Como Delft, en Holanda, donde nació Vermeer; Atuana, en las Islas Marquesas (Polinesia) donde vivió Gauguin; East Bergholt, en Inglaterra, cuna de John Constable… Ikella aúna de esta manera el espacio físico, el mapa, con el espacio pictórico del artista en el que se inspira cada lienzo. ¿No te parece genial? Te dejo sus propias reflexiones acerca de su proyecto, que lo explican mucho mejor de lo que puedo hacerlo yo.
San Petersburgo. Aquí han nacido grandes pintores, escritores, músicos… no sé en concreto a cuál se refiere el pintor. Óleo de Ikella Alonso.
“Es la soledad un fenómeno que atañe a la pintura. Se urde en solitario, partiendo del vacío. La oquedad del lienzo. Y te dispones a dar un salto. Un salto de altura, en caída libre a la pintura. Soledad de altura, una serie de paisajes de mirada vertical. El satélite captura el territorio, la tierra natal del pintor. Con sus campos roturados por el color. Cortados por pinceladas gruesas de materia, que embadurnan el terreno del lienzo. Campos empastados de pigmento. Fronteras irisadas, Y de nuevo la soledad. El pasajero se sienta en la ventanilla y atisba lo inabarcable que es el paisaje. Y desde lo más alto sucumbe a la naturaleza. Ikella Alonso. 2012.
"Pintura sin fronteras"
Centro Socio cultural Caleidoscopio. Móstoles. Madrid.
Javier San Martín
12 de noviembre de 2014
La semana pasada, el pintor madrileño Ikella Alonso presentó su exposición de cuadros 'Pintura sin fronteras' que estará hasta el 28 de noviembre en el centro sociocultural Caleidoscopio de Móstoles. En esta obra, el artista nos muestra un conjunto de paisajes representados desde una vista de pájaro.
Ikella ha querido plasmar en sus obras zonas concretas que están relacionadas con la vista aérea de la tierra natal de diferentes pintores como Delft en Holanda donde nació Vermeer, Atuana en las Islas Marquesas de Polinesia donde vivió Gauguin, o el lugar de nacimiento de John Constable en East Bergholt de Inglaterra.
"Ikella traspone el plano monocromo no como un alzado sino como una construcción cromática, como una edificación multicolor en una operación ingenieril enigmática. La propuesta es realmente un juego literario pues lo que dibuja es una operación laberíntica que tiene algo del esoterismo borgesiano pero que también recuerda las acuarelas que se transforman en puzles en un itinerario postal", explica Juan Pablo Wert, comisario de la exposición.
"La Caballería Roja"
Sala Juan Pascual de Mena. Madrid. Octubre 2015
ROJO BOTE DE
PINTURA
El trabajar con botes de pintura, es a su vez pintar con
lo que se pinta. No trato de jugar con las palabras. El asunto es que las
palabras se meten en la pintura y yo no puedo dejar de pintar palabras. Lo
llamaría algo así como, la pintura habla. Y es el mejor momento para que la
pintura diga lo que tiene que decir. La pintura sale de los botes pero a su vez
regresa a ellos. Parece que no quiere abandonar su lugar de reposo. Está
aletargada en el bote y cuando sale se paraliza en su proceso de derramarse.
Como las estalactitas de las cuevas que llevan millones de años goteando sin
parar. Y no obstante en su quietud demuestran crecimiento. Así es la pintura,
que cae lentamente y como la gota china va horadando-pintando el lienzo en un
sin cesar.
Todo
comienza con la resistencia. Primero la de abrir el bote, después la de salirse
con la suya. Porque la pintura siempre se sale de madre. Y quizás esa madre es
la lata que la abriga. Que la acoge en su interior. Cuesta abrir el bote, pero
una vez destapado se puede ver la potencia de su materia. Pero cuidado con
descubrir, si se abre la caja de los truenos ya nunca dejarán de sonar. Y
pintar es oír voces. Voces internas que no cesan de cantarte, de susurrarte al
oído. Como esas canciones que se te meten dentro del cerebro y no paran de
sonar y sonar, en un bucle sin fin. Así es la pintura, incesante. Intentas
dormir, pensar en otra cosa, pero no es posible. Te taladra constantemente. No
hay calma. No hay descanso. A lo mejor, te lo piensas bien y decides no
destapar el bote. Preferiría no hacerlo, te dices a ti mismo en un arrebato de
incertidumbre. Y volvemos a la resistencia. Esta vez, a resistirnos a la
tentación de abrir o no la lata de pintura. Pero en un esfuerzo de valentía,
abrimos ese bote que contiene la madre. Ahora, la pintura se sale con la suya.
Yo lo avisé. Va a ser difícil que la
retengamos o la usemos a nuestro antojo. No se deja manipular fácilmente. Para
pararla vamos a necesitar muchos trucos, y algo más que magia. Hay que
entenderla. Conocer bien sus laberintos.
Ikella Alonso
Montaje de "Botes de pintura"
Montaje de "Cajas de Ojos"
Montaje de "Paisajes enlatados"
Montaje de "Charcas" sobre el suelo
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